Dos caras de la muerte: aborto y duelo gestacional

La muerte de un ser humano es considerada, de forma general, como un mal indeseable del que todos queremos huir. La historia de la humanidad está cubierta de filósofos, héroes, gobernantes y poetas que quieren “vivir para siempre”, ser inmortalizados en sus obras o su legado. En el siglo XXI, gran parte de las investigaciones científicas están orientadas a curar enfermedades y retardar la vejez y la muerte lo más posible.

Si la muerte es un mal terrible, la muerte temprana es la versión más adversa de este mal. La “muerte prematura” nos asusta, pero también nos lastima cuando viene de personas cercanas. Hoy quiero escribir de una muerte muy particular, la muerte más temprana y prematura, la muerte que ocurre en el inicio de la vida, a veces antes de nacer. Esta es la realidad tan cruda del duelo gestacional.

El duelo gestacional es el proceso psicológico al que la mujer y su familia se encuentran expuestos tras la muerte de su bebé antes, durante o después del parto. Puede darse a partir de un aborto, espontáneo o provocado, o incluso hasta varios días de haber nacido esta nueva vida al mundo. Es particularmente doloroso por varios motivos.

En primer lugar, porque es una muerte al inicio de la expectativa de la vida. Muchas parejas, a pesar de ser padres de un bebé que no buscaban en primer lugar, para el momento del nacimiento ya están preparados, material y psicológicamente, para la llegada de este nuevo ser humano.  

En segundo lugar, porque constituye una circunstancia de intenso dolor, tanto físico como psicológico. Se trata de un evento sumamente traumático y, cuando faltan los protocolos de atención y asistencia psicológica, muchas veces la falta de sensibilidad de los médicos y personal de salud sólo ahonda y revictimiza a la mujer y su familia. 

¿Cuál es el meollo del asunto? La cuestión es que la muerte de un ser humano en gestación no puede ser otra cosa que una tragedia, sin importar la circunstancia en la que esa vida fue concebida y gestada, pues muchas parejas que “no desearon” su embarazo, sienten la misma desolación ante la muerte de su hijo que aquellas que lo buscaban.

Esto es un punto importante, porque hay otro tipo de pérdida gestacional cuyas consecuencias se ocultan o incluso se niegan: el aborto. 

El aborto se enmascara como un acto de piedad para con una madre víctima, para con un hijo no deseado o sin medios para que “viva sin dignidad” y, generalmente, se realiza negando la humanidad de esa vida por nacer, reduciéndola a un “cúmulo de células”. Sin embargo, cabe la pregunta,

¿cómo puede una misma realidad objetiva, la muerte de un ser humano en gestación, ser a la vez un hecho que cause dolor y otro indiferencia? ¿No existe una gran dicotomía entre la muerte involuntaria e indeseada de un feto y el deseo deliberado de terminar con su existencia? ¿Qué puede mostrarlos de esta realidad ambos enfoques?

Ciertamente, todos los esfuerzos médicos realizados en función de salvar la vida de un ser humano en gestación entran en una fuerte contradicción con la inversión de los estados en promover servicios de aborto como parte del derecho a la salud.

¿Cuál es la respuesta que buscamos como sociedad? ¿Vamos a caer en la hipocresía de proteger a las mujeres y familias de la muerte gestacional mientras promovemos el aborto? ¿Es, entonces, el mero deseo de la madre la que convierte a esa vida en una vida humana digna de ser salvada?.

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