Hagan Lío: El legado de Papa Francisco a los jóvenes
El 20 de abril, apenas unas horas después de su última aparición pública, el Papa Francisco, el 266.º sucesor de la silla de Pedro, falleció. La noticia detuvo al mundo por un segundo. Personas de todos los orígenes, religiones y culturas lamentaron la muerte de un líder querido, no solo para la Iglesia católica, sino también para el mundo entero. A sus 89 años, Francisco sirvió a la Iglesia durante trece años, un período breve en la historia milenaria del cristianismo, pero inmenso en impacto. En ese tiempo, dejó huellas imborrables, especialmente en los corazones jóvenes que, como el mío, sintieron que con él, la Iglesia hablaba su idioma.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco hizo algo que pocos líderes logran: escuchar sin miedo. Su famosa frase "¡Hagan lío!", pronunciada durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, fue más que una consigna. Fue una revolución espiritual. Una invitación a los jóvenes a sacudirse el polvo de la pasividad, a implicarse en la historia, a no ver la vida desde un balcón.
“Quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera”, dijo entonces.
Y ese llamado no se desvaneció en la plaza, sino que se convirtió en brújula para una generación que no teme incomodar si es por amor a la verdad.
Recuerdo con claridad el día que el Papa visitó Cartagena de Indias. Yo era estudiante universitaria. La ciudad vibraba con una esperanza que parecía nueva, aunque vieja como el Evangelio. Me encontraba entre la multitud cuando su papamóvil pasó muy cerca. Lo vi sonreír, levantar la mano, mirar con ternura. No cruzamos palabras, pero su presencia bastó para tocar algo profundo. En ese instante, comprendí que la santidad no es lejana. Que puede vestir sotana blanca y caminar con paso cansado, pero decidido. Que puede hablar con acento argentino y aún así hacerse entender en todos los idiomas del alma.
Francisco no fue un Papa de frases vacías. Fue un hombre que abrazó la complejidad de la vida moderna sin diluir el Evangelio. En el documental Amén. Francisco responde, se sentó frente a jóvenes con preguntas difíciles. No ofreció respuestas prefabricadas ni moralinas, sino algo mucho más valioso: tiempo, escucha, mirada limpia. Allí, entre lágrimas y verdades incómodas, dijo: “Dios no se asusta de nuestras dudas”. Qué necesario era escucharlo. Cuánto bien hizo esa afirmación en una época que confunde fe con certidumbre ciega y libertad con indiferencia.
El Papa Francisco entabla una conversación con diez jóvenes de distintas edades y orígenes, cuyas vidas y experiencias son muy diversas en el documental ‘Aḿen’ Francisco responde.
Pero Francisco también fue firme cuando era necesario. Su defensa de la vida fue clara y sin ambigüedades.
"Cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo", proclamó.
Y no lo dijo desde la condena, sino desde el amor que busca rescatar, no señalar. Porque para él, toda vida era sagrada: la del migrante, la del preso, la del niño no nacido, la del anciano olvidado. Su voz fue profética en un mundo que a veces olvida lo esencial.
Su estilo de vida —austero, casi franciscano en el sentido literal del término— hablaba más fuerte que muchos discursos. Habitaba una pequeña residencia en vez del palacio apostólico, usaba zapatos comunes, y su anillo papal era de plata, no de oro. Estos gestos, lejos de ser simples símbolos, encarnaban una espiritualidad concreta: la de San Francisco de Asís, a quien no solo tomó el nombre, sino también el espíritu. En sus palabras y actos se percibía también el eco de San Agustín, cuando recordaba que “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Francisco comprendía esa inquietud juvenil y no intentaba acallarla, sino canalizarla.
Hoy, mientras muchos de nosotros seguimos conmovidos por su partida, queda su legado. No como un monumento a la nostalgia, sino como una llama viva. Él nos pidió no tener miedo de amar con radicalidad, de comprometernos con los más frágiles, de pensar con el corazón y amar con la razón. Nos pidió no balconear la vida, sino meternos en ella, aunque sea incómodo, aunque se nos manche la ropa. Hacer lío no es hacer ruido, es hacer historia.
Y en cada joven que sueña con un mundo más justo, en cada mirada que se levanta después de haber caído, en cada gesto de ternura donde parece no haber esperanza, Francisco sigue hablando. Con voz suave, con la autoridad de quien vivió lo que predicó, y con la claridad de quien sabe que el Evangelio nunca pasa de moda.


