Federalismo y poder ciudadano: más acción, menos Estado

Muchas veces hemos escuchado hablar de esos lugares donde "la mano del Estado nunca llega" o de los “olvidados por el Gobierno”. Se trata de personas con necesidades reales, pero que a menudo son ignoradas o pasan desapercibidas en las políticas nacionales. Esto ocurre con frecuencia en países centralizados, donde la concentración del poder limita la iniciativa local, genera dependencia y dificulta el desarrollo. Quizás la solución no sea crearle más manos al Estado, sino repensar el modelo por completo, de manera que los ciudadanos asuman más responsabilidad y puedan actuar directamente sobre los problemas que los afectan. Existe un modelo que busca precisamente esto: el federalismo, que combina la unidad nacional con la autonomía local, acercando la acción política a quienes conocen mejor sus propias necesidades.

Alexis de Tocqueville, filósofo político francés, veía el federalismo como una forma efectiva de equilibrar la unidad nacional con la autonomía regional. En 1831 viajó a Estados Unidos para estudiar su sistema político, una nación joven que contrastaba con las repúblicas y monarquías europeas. Tocqueville admiraba cómo la Unión protegía las libertades individuales, fomentaba la participación democrática y evitaba la concentración del poder, aunque también reconocía los retos de un sistema con soberanía dividida.

Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville —conocido simplemente como Alexis de Tocqueville— fue un pensador, jurista, político e historiador francés, considerado precursor de la sociología clásica y una de las figuras más destacadas del liberalismo conservador.

Estados Unidos es un ejemplo claro de cómo funciona el federalismo en la práctica. Tras independizarse de Gran Bretaña, las trece colonias compartían ciertos elementos en común como la religión, el idioma, costumbres y leyes, lo cual ayudaba a mantener la Unión. Pero su historia de autogobierno también les daba intereses y tradiciones propias, lo que hacía difícil una integración completa. Esto generaba una tensión constante entre la unidad y la independencia de cada estado.

Los Padres Fundadores encontraron una solución: dividir la autoridad entre el gobierno federal y estatal, dejando que los estados se encargaran de sus asuntos internos, mientras que el gobierno federal actuaba solo en casos específicos. Así cada estado podía prosperar localmente, y la Unión podía funcionar como un todo para los asuntos nacionales.

Beneficios del federalismo

Aunque los sistemas centralizados tienen ventajas, como la eficiencia y la capacidad de resolver problemas de mayor escala, el federalismo permite combinar la fuerza de un estado grande con los beneficios de los pequeños.

Por ejemplo, protege a los ciudadanos de la tendencia natural de los gobiernos a concentrar el poder, porque las comunidades locales entienden mejor sus propios problemas, saben cuáles son los riesgos de no actuar y suelen ser más creativas a la hora de encontrar soluciones. Además, al acercar el gobierno a la gente, fomenta la participación ciudadana y asegura que los derechos y responsabilidades se ejerzan mejor a nivel local. Asimismo, las libertades locales fortalecen la ciudadanía, promueven la colaboración colectiva y facilitan el acceso a la experiencia política práctica.

Igualmente, el federalismo asegura que las decisiones se ajusten a cada región, respetando también los deseos de autonomía de distintos grupos. Como decía Tocqueville, el poder colectivo de ciudadanos comprometidos funciona mucho mejor que una burocracia centralizada, porque la centralización tiende a debilitar la participación cívica. Hoy en muchos países de América Latina vemos esto: la gente espera que el Estado resuelva todos los problemas mientras que el ciudadano se vuelve dependiente, inerte y pierde libertad.

¿Un modelo universal?

Puede parecer que replicar el modelo de EE. UU en otras naciones las ayudaría a fortalecer su capacidad de gobierno. Sin embargo, Tocqueville advertía que no siempre parece funcionar. Incluso tituló un capítulo de su libro: “Qué hace que el sistema federal no sea accesible a todos los pueblos y qué permitió a los angloamericanos adoptarlo”.

Según el famoso escritor, el federalismo tuvo éxito en Estados Unidos porque su sociedad combinaba un gobierno central limitado con tradiciones de participación local y compromiso cívico. Esto dio lugar a política a pequeña escala, lealtades provinciales y un fuerte sentido de ciudadanía local. El poder estaba muy disperso, la religiosidad rural influía en la vida comunitaria, y las asociaciones políticas y grupos voluntarios abundaban.

También destacó que era clave tener ideas compartidas sobre justicia y moral, incluso en sociedades diversas. Las sociedades sólo perduran cuando la gente comparte posturas esenciales, reacciona de manera similar ante los eventos y tiene experiencias comunes. Además, una buena Constitución es fundamental, que defina claramente los límites entre niveles de gobierno y asegure que se respeten.

Tocqueville también daba prioridad a la moral y la cultura observando que en Estados Unidos, las costumbres varían incluso más que las leyes para mantener la democracia. De hecho, advirtió la existencia de diversos problemas de gobernanza en los países sudamericanos recién independizados. Al respecto, señaló que la mayoría provenía de la creación de grandes repúblicas en lugar de confederaciones, aunque el problema más profundo era la falta de costumbres políticas a nivel local. 

De hecho, en México, que había tomado como modelo la Constitución de EE. UU., Tocqueville observó una tendencia al despotismo o al caos, no por defectos legales, sino por cimientos morales débiles. Por ello, afirmaba que el éxito del federalismo depende de múltiples factores, algunos institucionales y otros profundamente culturales o históricos.

Conclusión

Todo esto muestra que, aunque el federalismo tiene más ventajas que los sistemas centralizados, su éxito depende de los ciudadanos que lo ponen en práctica. Lo importante es que el gobierno sirva a la gente, y su valor se mide por que tan bien lo esté logrando. Como diría Tocqueville, el mejor gobierno lo hacen los mejores ciudadanos. Por muy perfecto que sea un modelo, fallará si quienes lo implementan y gobiernan no son virtuosos. En definitiva, la calidad del gobierno depende del carácter, la responsabilidad cívica y la participación de la gente que lo sostiene.

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